sábado, 29 de mayo de 2010

"Un poeta recién llegado": Memoria de Aquí y de Allá


Ficha técnica

Obra: “Un poeta recién llegado”

Género: Títeres

Duración: 55 minutos

Público: Jóvenes y Adultos

Autor: Mariela Domínguez

Actúan: Mariela Domínguez y Alejandro Ochoa

Iluminación y sonido: Laila Caram

Vestuario: La Tía Tota

Dirección: Patricia Rojo


¿Qué decir sobre la ultima Dictadura que sufrimos los argentinos? ¿Cómo se dice, una vez más, ese 30.000? Hablar de la desaparición física de personas, pero haciendo sentir la ternura de su presencia, e inscribir esa particular experiencia en una Historia de los prejuicios de la humanidad, es el gran logro de “Un poeta recién llegado”, espectáculo de títeres que se presentó en el último Festival de la Memoria, en San Juan. Esta obra trata de la Memoria, pero de aquella que vuela lejos en el tiempo y en el espacio.


En un pueblo cualquiera, Pablo es el poeta recién llegado. Margarita se ha enamorado de él, luego de románticos encuentros en el cruce de las calles “Aquí” y “Allá”. Todos en el pueblo le advierten la peligrosidad de tal amor, pero ella a nadie escucha, pues sólo Pablo “le ha bajado la luna”, trillada metáfora que, sin embargo, se renueva en esta puesta. Es que los titiriteros, Mariela Domínguez y Alejandro Ochoa, han materializado la poesía: el objeto luna se convierte en una hamaca o en una espada, según la imaginación y la necesidad del poeta.


Pero el poeta está siempre recién llegado, nunca pertenece a los lugares a los que arriba. Simplemente porque volar sobre la poesía, construir su morada con ella – todo concretado en escena - , no puede ser confiable para la mayoría, en un pueblo plagado de prejuicios. Es así que la felicidad de Margarita acaba pronto, pues Pablo ha desaparecido y nadie sabe decirle dónde está. El cuidadoso armado de la escenografía en escena, la entrada y salida de la ficción a través de graciosos comentarios sobre los “errores” de la puesta, como así también la manipulación directa y los suaves movimientos para con el títere, todo, crea una ternura alrededor del personaje, ternura que el público pierde cuando aquel desaparece. Especialmente el público infantil, tan afecto a la concreción, que disfruta de la puesta tanto como el adulto. Una certera forma de hablar de desapariciones forzadas, para cualquier espectador, es hacer sentir lo que NO está: el tiempo pasa – delicadamente sugerida por la vestimenta de Margarita - , pero permanece la ausencia. Sólo ella está. He ahí el dolor.


Sin embargo, el nombre de Pablo sí aparece, no porque sea poeta y lo inmortalice la palabra, sino porque el lenguaje instala la Memoria. A él se unen miles en una acertada elección en la iluminación y el vestuario: los nombres de pila proyectados sobre el fondo blanco, que salta los límites del retablo para incluir a los titiriteros también vestidos de blanco, ahora adelantados en la escena, exponiendo sus cuerpos.


La Memoria no se detiene en el tiempo, pero tampoco en el espacio: “negro, poeta … y zurdo”, son demonizados antes y ahora, “Aquí y “Allá”.

Daniela Ortiz

sábado, 15 de mayo de 2010

Había una vez en San Juan una obra que hablaba de la Patria…



Obra: Una vida nueva
Autor: José Eduardo González
Actores:
María… Luciana Capriotti
Tía Dolores… Andrea Huertas
Julián…. Ernesto Kuchen
Manuel… Javier Cerimedo
Ruperta…. Victoria Díaz
Narrador… Silvio Guevara
Escenografía y Vestuario: Daniel Quinteros
Realización de Escenografía: Juan Carlos Carta (Padre) y Alejandra Carabante
Realización de Vestuario: Yiya Collado y Clara Rodríguez
Música original: Paulo Carrizo
Dirección y Puesta en Escena: Juan Carlos Carta


Algo sucede, algo acontece, hay intriga, hay emoción, hay despedidas y esperas y viajes de palabras. Un referente que se multiplica, una intención que se narra, una utopía en la que se cree, un teatro que es mundo de lo mínimo, un mito que se vuelve cuerpo por la voz. “Había una vez un país…” bien puede traducirse en Había una vez en San Juan una obra de teatro con personajes venidos de un sueño, que vivían entre la superstición y la causalidad, que creían en revoluciones y viajaban por altamar, que imaginaban tesoros en los libros y mantones de seda en el living, que escribían en el té los futuros y bailaban el amor en el patio, que gustaban de ser contados una, y otra, y otra vez para inmortalizarse en las sombras.

El director del elenco Círculo de Tiza, Juan Carlos Carta, quien fuera convocado por la Municipalidad de la Capital de San Juan para dirigir el texto de José Eduardo González- ganador del Concurso Municipal de Dramaturgia 2008 con motivo del Bicentenario de la Revolución de Mayo- revela una puesta que sorprende y emociona al espectador. Transportados a un tiempo en el que se cimentó lo utópico de un lugar nuevo y justo para cada hombre y mujer argentinos, escuchamos la voz de un narrador que viene, como la historia de nuestra patria, desde un origen que se nos ocurre mítico, pues cuenta de un tiempo de grandezas heroicas y espíritus luchadores. El actor Silvio Guevara despunta en armonía su propia voz para llevarnos en el viaje de su palabra. La historia mínima es la que se narra- la de los amantes María y Julián- que se vuelve metonimia de la historia de un pueblo que batalló por ser libre. Emergiendo de un pasado sin tiempo, este narrador atraviesa todos los espacios que la escena propone, y es como si su palabra fundara el inicio de un texto que comenzara a escribirse con las acciones de unos personajes expectantes de futuros en luces. Y es que hasta una mirada puede ser el cuerpo que encarne la idea de utopía, la corporización de un país grande, de ese territorio que anhelaron criollos, argentinos, inmigrantes, como una tierra prometida, como la encarnación de un mito que aún se sueña en el presente.

La idea de Artaud de que “toda creación nace de la escena” se concibe dentro de un espectáculo donde el actor es un cuerpo doble, “verdadero jeroglífico viviente y móvil”, instrumento materializado que se expresa en el espacio orgánicamente. Artaud también postula “un espectáculo que no tema perderse en la exploración de nuestra sensibilidad nerviosa” , su idea de “composición”, de “creación inscrita” alude a aquella composición que se incorpora al cuerpo en un espacio real. Esta “inmensa riqueza objetiva” acontece en cada puesta de Carta y en esta oportunidad los actores convocados por él para este trabajo logran hacernos revivir sensiblemente los fuertes avatares y emociones que energizaban los primeros ánimos de nuestra nación. Artaud sienta sobre el cuerpo, y a través de su sensibilidad emotiva orgánica, la única posibilidad de hallar el ritual, vivirlo, perdernos en él, y volver a recuperarlo, tal como expresara: “sólo por la piel puede entrarnos otra vez la metafísica en el espíritu.” No puedo separar esta lectura de la obra, de la historia que me construye como sujeto inserto en mis tradiciones. En la nueva filosofía de la historia es la interpretación, en el contexto de una imaginación utópica, la que permite a mi historicidad, a mi pertenencia, abrir lecturas como posibilidad ética de otorgar significación. ¿Qué imagen tenemos los argentinos de nuestro país? ¿Qué utopía de Argentina se viene construyendo desde hace doscientos años? ¿Cómo el cuerpo en el teatro se vuelve signo intencional y estético de un referente-universo que el receptor codifica como conjunto de valores?

La metamorfosis que suscita el teatro en el nivel de la recepción lleva a reestablecer el lugar del cuerpo y de la historia como espacios rituales en esta propuesta de Juan Carlos Carta. Si la experiencia perceptiva del cuerpo con el espacio se da abierta y extensivamente, rizomática en términos de Deleuze, podemos seguir experimentando nuevas búsquedas en el teatro que nos atraviesen indefinidamente, en una metamorfosis que devenga línea de fuga constante para ritualizar el cuerpo como espacio de creación continua. En la obra, latente queda la idea de lo mítico aún construyéndose en este presente. Y es que el narrador de la fábula y los personajes que él cuenta volverán en cada puesta en escena a circular la Historia una y otra vez para no olvidarla, para no ser unos desaparecidos. Es justamente de las sombras desde donde surgen, pero no de una penumbra teñida de pesimismo, sino del más allá de la imaginación, de la ensoñación creadora.

La experiencia con la verdad es una experiencia del pensar y una experiencia de repetición en el sentido de un “reestablecimiento de la continuidad” dice Gianni Vattimo, por ello es que la comprensión de un texto sea también la comprensión de los mitos que fundan ese texto. Situados desde nuestro lugar de receptores, la significación que nos ofrece la obra nos ayuda a comprender un poco más nuestra historia, ganamos un horizonte y con él un conocernos en la finitud y en los límites de la posibilidad de constituirnos creadores de nuestro devenir. Comprendernos conlleva la búsqueda de un teatro de lo posible como una opción identitaria. También a través de una ventana la utopía puede vislumbrarse, y Carta otra vez nos la vuelve a contar.

María Isabel Crubellier