Ficha Técnica
Obra: El dolor más antiguo del mundo
Elenco: Y también las otras
Autor: Darío Flores y Melina Echevarría Peinado
Actuación: Melina Echevarría Peinado, Angelina Hernández, Estefanía Kaluza,
Rosa Martí, Carlota Ruffa y Melisa
Tañez
Maquillaje: Melina Echevarría Peinado y Estefanía Kaluza
Iluminación y sonido: Silvio Guevara
Escenografía y vestuario: Maureen Rotman
Asistente de dirección: Estefanía Kaluza y Silvio Guevara
Dirección: Melina Echevarría Peinado
Todo el mundo quiere ver las imágenes, y
sin embargo nadie quiere verlas
(Bradbury)
La sinopsis resume: “Seis mujeres obligadas a la prostitución
cuentan su historia”. El piso de la entrada de la sala estaba marcado con
pisadas de zapatos de hombre y de mujer, índices de un tránsito, de un tráfico
de personas. En el interior de la sala, también “pisoteada”, las seis mujeres,
de blanco, ovilladas en el piso. El público tiene que pasar entre ellas para
tomar asiento, para cumplir su rol: mirar. El espacio escénico está despojado,
sobre el fondo se apilan un número elevado e indefinido de pares de zapatos
femeninos: no conocemos la cifra de las mujeres afectadas y esa acumulación da
cuenta de ellas pero de manera aproximativa.
Por entre los espectadores ingresan
las seis actrices vestidas de blanco. La obra inicia con una réplica que
alterna las voces de las actrices con una pronunciación coral: su verdad. La
réplica, que se repite, abarca el espectro de casos habituales por los que las
mujeres se ven involucradas en lo que desde la misma obra se define como explotación sexual comercial. Esta
casuística es la que articula la puesta en escena y es el marco en el que se
insertan los testimonios de los personajes: una mujer, una niña, una muchacha. Toda
mujer es pasible de entrar al circuito de esta explotación, hay público-clientela
para todas. Los testimonios, que se suceden no son testimonios directos, son
desarrollos de las posibilidades enunciadas al principio. Cuando un personaje
relata su historia se vale de algún efecto personal –un par de medias, cintas,
sus propios zapatos- como objeto evocador. El resto de las actrices se deslizan
en grupo y funcionan como fuerzas más que como personajes, una masa que impide
al personaje que testimonia salir de su encierro.
El discurso de la puesta en
escena se construye sobre una concepción de la mujer que no la reduce al papel
de víctima y, lo que es más importante, no establece ninguna relación causal
entre cualquier comportamiento o rasgo “femeninos” y el hecho de que existan
redes de comercio y esclavitud sexual. Esta óptica logra conmover al público que
se encuentra viendo imágenes que tal vez preferiría no ver. Ahí están las
prostitutas, objeto de deseo, mercancía sexual en toda su verdad. De ahí que
prefiramos hablar de verdad antes que de denuncia.
La obra vino, junto con otras
propuestas, a expandir el espectro temático del último 30.000, a poner en escena un tema de una innegable actualidad que
no hace mucho tuvo su momento en los medios locales. Las actrices de El dolor más antiguo del mundo lograron
una poderosa llegada al público femenino y generaron no poca incomodidad en el
masculino mediante su interpelación: las pisadas de zapatos de hombre eran
muchas más que las de mujer.
Sergio López
Candelaria Torres