Ficha técnica
Autor:
Juan Claudio Becerra.
Actores:
Jesús Galván, Pablo Flores y Juan Claudio Becerra.
Dirección:
Rubén González Mayo.
El
último tres de mayo, en el marco del 5º
Festival de la Memoria, “Los 30.000”, se llevó a escena Réquiem, una de las obras más representativas del festival, en tanto la
problemática desarrollada en escena mostró
una estrecha vinculación con el tema central de los desaparecidos
Réquiem
se propone recrear un hecho histórico, aunque del orden de lo privado, la
tortura. Para ello recupera el valor
testimonial de la obra Reportaje al pie
de la horca escrita en cautiverio por Julius Fusik, periodista del partido
comunista, quien fue secuestrado y torturado
por la Gestapo alemana.
Evocando una suerte de realismo socialista la obra se
convierte en el medio, tal vez la
excusa, para la comunicación de un mensaje fuertemente social: la importancia
del compromiso político. Mensaje con el
que se apela a una reivindicación histórica,
de la tradicional figura oficial del “subversivo,”
en la del héroe revolucionario.
Comienza
la puesta y la música esboza una obertura o preámbulo mediante el cual se
posiciona al espectador frente al universo ideológico que atraviesa la obra. Se
trata del tema Gallo rojo, gallo negro,
del compositor español Chicho
Sánchez Ferlosio.
En busca de redundancia sígnica, y
siguiendo la coherencia general de la obra, la vestimenta de los
protagonistas repite los colores que nombra la canción y, de esta manera,
establece los bandos enfrentados. Sobre el escenario encontramos tres
personajes, un policía con ropa oscura y
dos presos de remeras rojas.
Una vez que la música
concluye, el elemento protagonista pasa a ser la palabra, fuerza centrípeta
que, frente a un despojamiento escénico, atrae la atención del espectador. A través
del parlamento de los actores se delimita el espacio, se construye el conflicto, y se define a los personajes:
el escenario se transforma en una sala de tortura, o, metáfora musical
mediante, en una suerte de gallera discursiva, donde opresor y revolucionarios
se enfrentan. La luz y los desplazamientos escénicos, acompañan al parlamento
de los actores y operan como mecanismos de
resignificación de la materia textual.
A partir del diseño
lumínico se conforman las secuencias de enfrentamiento, los rounds de una pelea despareja,
desproporcionada y más grande que sus contendientes. El espacio escénico está
dividido virtualmente en tres sectores, cada personaje ocupa uno de éstos y orbita alrededor de una silla, sin nunca
desplazarse hacia el espacio del Otro. El protagonista está en el centro, desde
esta posición se definen las polaridades que se están trabajando en la obra: el
policía esta “a la derecha” y el compañero comunista “a la izquierda”.
Estos elementos fijos e intercambiables, es decir misma posición, misma luz,
misma silla para cada personaje, reproducen la clave dialógica en la que la obra se fundada, esto
es, la unilateralidad discursiva.
Ninguno de los personajes cambia de rol,
puesto que el binarismo escénico, torturador /torturado, y actancial, victima /victimario, no se repite a
nivel discursivo. Siguiendo la
coherencia ideológica general de la obra, solo se encuentran los argumentos y
las razones del revolucionario, mirada o perspectiva a destacar desde donde se
define al opresor.
Finalmente, la elección por la ausencia de
referentes históricos precisos, hace del texto fuente, una abstracción o generalización, hecho
transocial y transhistórico. Lo mismo en
Alemania que en Argentina. La muerte por los ideales, el no doblegamiento
ante el verdugo, se propone, no como un
tema propio de algún país o época
específica, sino
como posibilidad humana: la de la
entrega total, el sacrificio hasta la
muerte como principio de un cambio definitivo, ecos de la cultura judeocristiana que sostiene
y hace posible la obra.
Yanina Solís
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