sábado, 18 de septiembre de 2010

Deposite la basura en su lugar

Ficha técnica
Obra:
Limpieza.
Autor:
Carlos María Alsina
Grupo:
Taller de Teatro Universitario.
Actores:
Jesús Galván, Pablo Flores, Sebastian Navas,
Hugo Navarro, Fernando Torres, Fernando Luna,
Martín Mendoza, Rosita Marti, Alicia Aguiar.

Diseño de Escenografía y Vestuario:
Laura Villaflor.
Técnico:
Leandro Martínez.
Dirección y Puesta en Escena:
Rosita Yunez.

La historia es de una simpleza siniestra. La exploración de ese horror es la puesta del taller dirigido por Rosita Yunes: en un basural desierto, nueve marginados se preguntan dónde están. Han sido llevados a este lugar por razones “higiénicas”, una visita importantísima exigía acondicionar la ciudad. El conflicto surge distanciando a los que esperan ser rescatados de los que saben que no hay salida posible o que son ellos los responsables de hallarla.

La puesta en escena reproduce las causas de la exclusión: fuera de la sala dos personajes mendigan entre el público que espera por la obra, lo interpelan, lo incomodan (logran a veces algo de “guita”). El espectador queda ubicado del lado de la justificación de la “limpieza”, los actores han logrado activar esa prerrogativa burguesa de no ser molestados en sus actividades sociales. Una vez dentro de la sala, los mendigos conocidos se han sumado con el resto de los personajes a una escena despojada, apenas habitada por latas, donde la luz acentúa la sensación de frío y desamparo.

Encontramos una obra fuerte en la construcción de los personajes, destacándose especialmente la actuación de Fernando Luna, y también, las de Hugo Navarro, Pablo Flores, Jesús Galván y Martín Mendoza. Todo un mundo se filtra entre los tics (gestos, muletillas, rutinas, obsesiones) con los que han sido construidos los personajes, entre interferencias de locura, biografía y realidad social. Hay que aprender a leer entremedio de los discursos de este grupo de mendigos que en su hora final recibe, por parte de la audiencia, la atención que nunca ha tenido.

La obra explora los límites de la “humanidad”. Aquellos locos y enfermos han sido desechados por su anormalidad y sin embargo, en su crueldad reflejan su “ser humanos”, son espejo de la violencia de la gente, los médicos y los milicos. La desazón, el miedo, la ilusión de “si yo fuera presidente”, los conatos de organización y regreso y las pequeñas solidaridades son también figura de humanidad. Nos han demostrado que son “gente”, han generado la empatía del espectador, desplazándolo de la posición inicial en que lo habían colocado, pero no hay “regreso del héroe”, hay un poder más fuerte que metralla desde arriba (desde el lugar de Dios, del Presidente y de sus soldados). Este poder permanece fuera de campo pero interviene la escena mediante el diseño de luces. Alguien debe quedar para contar la historia, a la masacre sobreviven el silencio y el relato desacreditado del loco.

Un abandono barrido bajo la alfombra de la dictadura; un deshacerse del indeseado estigma de la pobreza o la disminución mental o física; un tratamiento vil de la condición humana llevado a lo desechable. Algo olía mal en Tucumán y no debe ser olvidado. No obstante las puntuales coordenadas espacio temporales de la historia, la sombra de esa “limpieza terminal” todavía nos acecha. La lectura de esta obra se actualiza con los matices más diversos en la Argentina de hoy: miseria y exclusión no han dejado en absoluto de ser temas por atender.

Sergio López

Alejandra Silva

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