sábado, 25 de septiembre de 2010

La cosa y la cruz - La Pampa



Ficha técnica

Grupo: La Espina
Género: Drama
Autor: Nadia Grandón
Actúan: Nadia Grandón, Mauro Zuliani
Técnico: Jorge Sánches
Sonido: José Jerónimo
Directora de actuación: Amparo Fernández
Dirección: Nadia Grandón
La cosa y la cruz, del grupo pampeano La espina, propone al espectador, en principio, la experiencia de vivir intensamente los sentimientos de un hombre que sufre y se desespera en su soledad, por la ausencia del amor que fue. Dario Esevich encarna ese personaje masculino; Nadia Grandón, por su parte, interpreta a un personaje femenino que, si bien aparece en escena, es percibido como habitante de la mente de él, de su memoria; pero ella no es sólo recuerdo, es su presente, origen de su desesperación. Distintos elementos de la puesta, como la inexistencia de diálogo entre los personajes (solo parlamentos en ruso de él, y la traducción por parte de ella); la segmentación del espacio para simbolizar dos mundos sin contacto, en el que ella corre, como un recuerdo, ya inalcanzable; y un trabajo diferenciado para cada actor, en cuanto a los movimientos corporales y la iluminación, hacen vivencial la ausencia. Ella ya no está con él y no estará (¿los separa el silencio, la distancia, acaso la muerte?), excepto en su culposa memoria. Toda esta atmósfera de emociones es sostenida por una cuidadosa actuación, sobre todo por parte de Nadia Grandón, quien demuestra de esta manera su profunda sensibilidad y compromiso ante los textos con los que ha construido su obra.
Y es aquí donde se disparan múltiples interpretaciones, si tenemos en cuenta el trabajo autoral de Grandón. La síntesis argumental ya anuncia que los personajes son rusos, lo cual no quita extrañamiento a toda la escena en este idioma. La inquietud del espectador se ahonda, en tanto no sabe el significado de los textos, aunque sí perciba su lirismo y algunos nombres propios aislados. La traducción, que ya sabemos traidora, no viene sino a reforzar aquel extrañamiento: pone en suspenso la indeterminación espacio-temporal de la escenografía (sólo dos muros negros sobre el que Esevich realiza sus movimientos de danza teatro) e invita a generar nuevos sentidos con Moscú, Kremlin y los sepulcros donde duermen los zares, las zarinas. ¿Los separó la censura, el exilio, o, de nuevo, la muerte? El espectador no lo sabe, y eso es el planteo de La espina, aceptar el juego de separar significados de significantes, hacerse consciente de esa separación.
El siglo XX reconoció el hecho de que todo texto se construye con textos anteriores: es el contrato roto entre la palabra y el mundo, al decir de George Steiner. “La cosa y la cruz” se construye con textos de poetas rusos que sufrieron de alguna forma la persecución del régimen estalinista. Nadia Grandon elige (lee) a Marina Tsvetáyeva, que elige (lee) a otros poetas (Blok, Rilke), destinatarios de esos poemas. Incorporándose en esta cadena de escrituras y de lecturas – La cosa y la cruz es el título de un texto de León Rozitchner – el espectador se sale del mundo íntimo y particular de los personajes para permitirse nuevas interpretaciones de los sentidos de la obra, siempre propuestos, nunca acabados.
Daniela Ortiz

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